Este perfil de Instagram y otros parecidos cumplen un objetivo fundamental: dejar constancia de todas las violencias que sufrimos, sean “pequeñas” o “grandes”.

Durante los últimos meses han pasado cosas que, en otras condiciones, habrían sido motivo más que suficiente para protestar en la calle y exigir responsabilidades. Otras condiciones, véase, sin que imperase la desafección política, sin aburguesamiento wannabe y sin stories de instagram.

Charli XCX y Chappell Roan han conseguido revalorizar el clubbing y el drag. Le han puesto nombre al verano y han decidido que será para las chicas desordenadas.

Hace tres semanas me enteré de que una vieja amiga/conocida/compañera que pensaba que existía ya no existe más.

Nunca en mi vida había visto Sexo en Nueva York y esta semana me decidí —me obligaron— a verla. Sólo llevo seis capítulos y ya me he dado cuenta de dos cosas: de que la serie me va a hacer tremendamente feliz y de que lo que siempre he soñado ser es rica.

El glamour de la tristeza tiene las patas largas. Saca las manos de la pantalla y te agarra la cabeza hasta que te vuelve a convencer de que hay algo atractivo en la mala salud mental. ¿Qué fue de esa niña sin control emocional, fascinada por las imprudencias, decidida a estar mal?

El nivel de escrutinio al que cientos de personas someten a los concursantes de OT es, por ser suave, agotador. Cada gesto, cada sonrisa, cada palabra vale para defender la tesis absurda de los seguidores más obsesionados con analizar el comportamiento de unos chavales que no conocen.